Debatiendo contra la ignorancia
Por Luis Spairani
Estamos viviendo una época en la cual tienen lugar procesos y acontecimientos revolucionarios y que con frecuencia no alcanzamos a comprender; no nos damos cuenta de su verdadero alcance. Todos tenemos noticias que indican que vivimos en un periodo de cambios continuos en todas las esferas. Política, social, económica, etc. No hay campo de la actividad humana donde no exista un tipo de revolución, de aquí la lógica y natural pregunta que el hombre se formula a sí mismo. ¿Cuál es el significado de nuestra existencia como individuos en medio de estos acontecimientos que no podemos controlar?
Ante estos interrogantes, es corriente observar que el hombre común incorpore a su modo de pensar, como resultado lógico obtenido de los hechos cotidianos, las pesimistas ideas que se traducen en preguntas tales como ¿para qué sirven nuestros mejores deseos, intenciones e ideales más elevados?
Se suele pensar que no se puede influir en los acontecimientos comunales y nacionales y por estos hechos se pierde la confianza en sí mismo restringiendo la esfera de actividades.
Esto hace que el común de las personas se entregue al desenfreno, o que todo lo espere del milagro, de algo insólito, espera que llueva del cielo. Cuanta realidad tiene para el estudiante de ocultismo, frente a esta posición, aquello que dice: la ignorancia es la muerte, el conocimiento es la vida, pero poco valor posee el conocimiento si este transcurre en la oscuridad debatiéndose a tientas contra la ignorancia y la miseria.
Resultaría más fácil y optimista percibir lo que podemos hacer y cuál es el significado de nuestra acción cuando observamos claramente nuestra verdadera naturaleza y la posición que tenemos como seres humanos en esta vida.
H. P. Blavatsky ha dicho “El hombre es ese punto de la evolución en que el espíritu más elevado se ha unido a la materia más densa por medio del puente de la inteligencia”. He aquí la posición del hombre expresada. En pocas palabras, ya no es un animal pues a diferencia de este posee el principio razonativo, pero tampoco es un dios. Está entre la materia y el espíritu puro. Se encuentra en una dificilísima situación. El hombre constituye una etapa de transición. Este ciclo de la vida en la Tierra es como estar en medio de una gran corriente que se bifurca (lago y cascada) pero con un interrogante, ¿hacia dónde tomar?
El impulso y la lucha es en pos de la libertad. Ser más libres es la meta de todos nuestros esfuerzos porque sobre la completa libertad es posible la felicidad. Los esfuerzos por conseguir la libertad subyacen en todas las modalidades de acción, ya sea esta mental, emocional o física, aunque la mayoría de las personas no se dan cuenta de eso.
El hombre está siempre tras el éxito sin saber a ciencia cierta cuál es el verdadero éxito.
En ciertos textos Indos se nos habla de tres clases de éxito, dos ilegítimos y uno permitido. El primero es el Asura vijaya y es el que se refiere al éxito con la espada (por la fuerza la imposición del fuerte al débil, revoluciones, guerras, etc.). Si echamos una mirada hacia la política mundial veremos innumerables intentos de éxito por este medio.
También tenemos la segunda clase de éxito, el Lobha vijaya, o sea el éxito por la avaricia, el deseo de posesiones materiales. No es necesario extenderse mucho sobre el particular. Los grandes capitales, el comercio y esto convive entre nosotros.
La tercera clase de éxito, el permitido, es el Dharma vijaya, el éxito por medio de la rectitud.
Todos los sistemas filosóficos, religiosos, éticos, indican y enseñan una serie de preceptos que hacen a la moral. No obstante el hombre hace todo lo contrario.
El ladrón, el mentiroso, el injusto, sea mujer u hombre, lo son muy a pesar de ellos. Esto es realmente un tremendo problema psicológico el cual debiera ser considerado bajo la luz más benévola.
Pero ¿no pueden remediarse entonces las miserias del mundo? Mientras no se conozca la real naturaleza del hombre surgirán esas necesidades y se sentirán continuamente las desventuras. La única solución a este problema consiste en purificar la naturaleza inferior del hombre, aunque convirtamos cada casa del país en un asilo de caridad y llenemos la tierra de hospitales continuarán existiendo las miserias humanos hasta tanto no varíe la índole del hombre.
El conocimiento espiritual es el único que puede destruir para siempre esas miserias humanas; los demás conocimientos solo satisfacen las necesidades durante cierto tiempo. Son transitorios.
Solamente el conocimiento del espíritu destruye la facultad de desear y apegarse, por eso la ayuda espiritual resulta la más elevada que pueda darse. Quien proporciona el conocimiento espiritual resulta siempre ser un benefactor de la humanidad y es por eso que siempre observamos que han sido los hombres más poderosos espiritualmente, quienes ayudaron a los demás en sus necesidades. La espiritualidad es la verdadera base de todas nuestras actividades en la vida, hace en verdad obra meritoria quien ayuda a su prójimo aliviando sus necesidades, pero el auxilio es tanto o mayor cuanto más grande es la necesidad y más amplia la ayuda.
Si se pueden aliviar durante una hora las necesidades de un individuo, el hacerlo constituirá una verdadera ayuda, si se puede remediar durante un año la ayuda será mejor, pero si se eliminaran para siempre sería está indudablemente la mejor ayuda que podría proporcionársele.
Todas las ciencias tienen por fin dar la felicidad del género humano y el hombre toma lo que le parece que ha de hacerle más feliz y desecha lo que se figura que no le ha de dar tanta felicidad.
Pero, considerando esta premisa más profundamente, veremos que la felicidad es relativa y puede referirse al cuerpo, la mente o el espíritu.
Los hombres cultos y ambivalentes y anhelosos de mayor conocimiento y cultura, serán felices con la lectura de un libro o escuchando una instructiva y elocuente conferencia, despertando en la conciencia mental nuevas verdades hasta entonces desconocidas. Es feliz el matemático que halla la solución a un arduo problema, el investigador que describe lo que buscaba, por ejemplo, o el ingeniero que salva la última dificultad opuesta a su invento.
En el animal y el salvaje, la felicidad solo consiste en satisfacer su apetito corporal. En el hombre culto la felicidad es de delicada índole y más duradera pero también temporaria, porque el deseo de saber, el anhelo de inventar, de descubrir, volverán a espolearle y moverle a ulteriores y quizá más penosos esfuerzos.
Pero la felicidad dimanante del reconocimiento de la verdadera naturaleza es inseparable, perpetua, porque entonces se ha identificado con la Absoluta Felicidad.
Dicen los “Upanishads”: Únicamente puede gozar de eterna paz quien ve al UNO en este océano de muerte, quien ve la VIDA en este fluctuante universo, quien reconoce al UNO que nunca cambia.
Pero ¿cómo llegar al reconocimiento de la única realidad de la existencia? ¿Cómo despertar del sueño en que nos identificamos con nuestras mezquinas personalidades?
Nuestro corazón va en pos de una grandiosa investigación. Intuitivamente sentimos que nos rodea una vida más llena de belleza, cultura y santidad. Para todos los que nos damos cuenta de esa investigación de nuestra naturaleza interna, existen numerosas oportunidades en que podemos descubrir algo de la luz que estamos buscando. Cada uno de nosotros ha encontrado un vislumbre de esa gran luz. La ha encontrado en la filosofía, la religión, la belleza, el arte y en muchas formas más; la ha hallado en el rostro de nuestros compañeros, la compasión que por ellos siente y en las maravillas de la naturaleza. Infinitos son los puntos desde donde podemos divisar La Luz.
Mas existe otro medio quizá no comprendido enteramente, el del trabajo que cada uno ha de llevar a cabo. Hemos asociado la vida espiritual a las acciones y deberes que pertenecen a nuestra labor cotidiana. A menudo nos inclinamos a separar el mundo seglar del religioso, cuando no existe tal separación en la mente divina, y es causa de la aridez de nuestras actividades ordinarias, que creemos que no sean espirituales. No hemos comprendido que el trabajo escogido para vivir, quizás sea uno de los caminos que más rápidamente conduzca hacia la espiritualidad.
Cada uno de nosotros ha escogido un trabajo con el que contribuir al plan de la Divinidad, al bienestar de la humanidad, al florecimiento del compañerismo, u otro ideal cualquiera; trabajo que puede ser un espejo que refleje la vida divina, aún más, un canal, un camino que nos lleve a comprender al Supremo.
Será inútil que vayamos a la iglesia, que nos eduquemos en el arte y que entremos en comunión con la naturaleza, si no lo hacemos con ánimo de ayudar al Supremo, porque la dedicación de la labor que hemos emprendido debe ser en sí misma una manera de comunión con él.
La idea de que el trabajo es una ceremonia del templo de la vida, un sacramento, una especie de comunión del hombre con Dios, no es nueva pues es la esencia del misticismo de muchas religiones, por ejemplo, del misticismo hinduista que afirma que el universo existetente es una labor que Dios está siempre haciendo. Uno de sus antiguos libros dice que el universo fue formado por Dios, el Yo-Uno. Su labor de creación se describe en la palabra sánscrita Tapas, que significa en el sentido vulgar una acción santa, un sacrificio y también profunda meditación, pero en el sentido con que se usa en los textos antiguos significa además, trabajo fatigoso. Se dice que llevó acabo el Tapas para que el universo surgiera a la existencia. Así como el herrero da forma a la rueda, así él formó y está formando el universo.
Ahora bien, Dios está siempre ocupado en sostener y perfeccionar el universo, y por ello, cuando el hombre trabaja y se ocupa de realizar una labor relacionada con su arte, gran acto divino, se dice que comulga con El Todo. Así, el trabajo que cada uno escoja es, si lo sabe comprender, una iglesia, un sacramento del cual él es el sacerdote.
La obra de Dios son los mundos. Él es el universo expresando lo impulsado por él, ya sea por la acción heroica o la emoción y la devoción, o los principios y conceptos. Este trabajo de Dios es el tiempo dentro de la eternidad, lo finito en lo infinito, lo Absoluto, y al mismo tiempo es el proceso, la evolución. Él se junta con nosotros por medio de cada acción diaria que contempla nuestra dedicación.
Si reconocemos que nuestro trabajo es sobre nosotros mismos y que el espíritu es la intención con que lo llevemos a cabo, eso es lo único importante. Con la mejor intención, con espíritu superior, llegaremos a ser espíritu supremo. Porque el hombre que no es al principio más que un reflejo de lo Supremo, pasa de etapa en etapa desde ser la imagen a ser el objeto.
Es en nuestro poder para trabajar donde nos encontramos nosotros mismos. El sí mismo y el trabajo deben llegar a ser uno. El trabajo es autoafirmación, es la declaración de sí mismo cumpliéndose con un espíritu de natural impulso, no compulsado, sino con el conocimiento de estar cumpliendo un sacro oficio.
La actitud de una persona así es de amistad hacia todos, de mirar igualmente al alto y al bajo, de no ser afectado por las circunstancias, triunfos o derrotas, honor o deshonor, etc., de entera concentración en la ley, la verdad y el camino que está dentro de cada Krishna, a quien los hindúes consideran como Dios encarnado en la tierra, que enseñó que el hombre debe vivir en este mundo como la flor del loto, que crece en el agua pero que jamás se moja con ella. Así debe vivir el hombre en el mundo, con el corazón en La Divinidad y las manos en el trabajo.