Ciencia y Karma
Por Katherine Tingley
[Theosophical Manuals Vol III Karma, págs. 17-28, publicado en el año 1907 por The Aryan Theosophical Press. Título original Science and Karma. Traducido por el Centro de Estudios de la Teosofía Original en Argentina, enero de 2016]
La ciencia moderna se siente orgullosa de sus principios generales. Uno de ellos es la Ley de Conservación de la Energía. La Ley de Karma puede ser considerada una extensión, una muy grande extensión, de hecho una conclusión de esta.
La Ley, como la enuncia la ciencia moderna, establece que la suma total de la energía en un sistema cerrado permanece constante a través de cualquier cambio de forma que la energía pueda experimentar y en un sentido más amplio, que la suma total de la energía del universo es siempre la misma. Ninguna energía puede perderse. Cuando desaparece en una forma reaparece en otra. La cantidad de energía mecánica consumida en la fricción genera un equivalente de energía calórica. Una cantidad dada de electricidad descompondrá una determinada cantidad de sulfato de cobre y producirá una determinada cantidad de cobre. Se puede calcular exactamente la cantidad de cobre que se obtendrá y también puede calcularse y controlarse cualquier escape incidental de energía. Los químicos saben que los compuestos contienen un monto variable de energía potencial dentro de ellos y que esta energía, que a menudo es enorme, es liberada cuando los compuestos se descomponen. En otros casos la energía es absorbida.En los últimos años, esta ciencia de la termoquímica se ha extendido por el descubrimiento de nuevos hechos, que llevan a la convicción de quelos átomos mismos están compuestos, de rudimentos aún más pequeños y contienen a su vez una enorme cantidad de energía potencial. Es en virtud de esta energía que ellos se mantienen estables y en virtud de la misma energía es que ellos pueden convertirse en tan potentes si los podemos descomponer. De más esta decir, que aquí principalmente se hace referencia a la radioactividad.
Por supuesto los científicos razonables y sinceros no se alteran al encontrarse con que su esquema de conservación de la energía, es proclive a ampliarse en cualquier momento. Esto es lo que uno naturalmente espera de una hipótesis provisoria. Sin embargo el prejuicio frecuentemente contiende contra la razón y hace que las innovaciones, aunque verdaderas, no sean bienvenidas. De aquí que haya algunos que no han recibido satisfactoriamente el amplio panorama que el fenómeno de la radiactividad ha abierto. Nos enfrentamos aquí con una fuente aparentemente ilimitada de energía, y el único dato que figura en el otro lado de nuestro balance en contra de este gasto pródigo, es la pérdida casi imperceptible de una partícula minúscula.
Pero esta circunstancia resulta pequeña cuando tenemos en cuenta todas las cosas que la ciencia ha omitido completamente de sus cálculos. ¿Qué hay acerca de la energía mental y del poder de la voluntad humana? ¿No son estas también fuerzas? Si vamos a tener en cuenta el valor dinámico de un pensamiento humano, debemos realmente medirlo en términos cuya magnitud y variabilidad estén completamente en una escala diferente de la que se usa para las fuerzas brutas. Y si no tenemos en cuenta esto para nuestros cálculos, entonces nuestros cálculos son verdaderamente limitados e inadecuados.
La verdadera ciencia declara que no solamente el grosero plano físico que podemos ver, y aquellas fuerzas más sutiles pero aun físicas, cuyos efectos podemos medir, sino la totalidad del universo de vida con todas sus fuerzas -mentales, psíquicas y espirituales- deben someterse a la ley exacta y estar sujetos a la misma eterna regla de causa y efecto. De otra manera hay caos o la voluntad arbitraria de una Deidad imperfecta.
No son pocos los casos en los cuales las acciones de la ley de Karma pueden ser directamente delineadas, aún por nuestra (actual) limitada inteligencia. Podemos comprender por ejemplo, cómo los años de la juventud empleados en exceso sensual dañarán al organismo y ocasionarán parálisis en la vejez. Nadie hoy en día pensaría atribuir un derrame cerebral a la voluntad de una deidad vengativa; aunque en una época se haya creído. Verdaderamente aún podríamos admitir que el castigo se debe a un “decreto de la Deidad”, ya que la Deidad representa la Ley eterna y la Justicia; pero el admitir esto no nos impide reconocer el rol que nuestra propia estupidez ha jugado en el asunto. En pocas palabras, reconocemos que los actos humanos ponen en acción la Ley Divina; que ambos, Dios y el hombre pueden ser en diferentes sentidos la causa del castigo; y que a pesar de que invoquemos a Dios debemos al mismo tiempo poner nuestro propio hombro para mover la rueda.
Además de los efectos cuyas causas podemos trazar, existen efectos cuyas causas (en el presente estado de nuestro conocimiento) no podemos aún delinear. ¿Pero hay alguna razón valedera para ubicar estos efectos en una categoría diferente? ¿No declara la lógica que también ellos se deben a la acción de la justicia eterna? Tome el caso de un rengo de nacimiento. No podemos establecer la conexión entre su discapacidad y su (presunta) falta. Como no sabemos sobre la Reencarnación, entonces nuestras especulaciones están de hecho cerradas. Pero si pudiésemos ver el pasado de ese hombre, en sus vidas anteriores, probablemente seríamos capaces de reconocer la causa de su aflicción, su justicia y la necesidad de la experiencia del Alma.
En el caso de un trastorno físico, como el que acabamos de citar, podemos frecuentemente rastrear la cadena de causación porque es inherente al cuerpo visible que nuestra ciencia puede estudiar. Sin embargo, aún allí fracasamos, porque a veces los comienzos de la cadena están en una vida pasada. La gente nace con predisposiciones hereditarias hacia la enfermedad; y aunque podemos delinear la causa hasta donde la herencia lo permita, no podemos discernir la conexión moral ni percibir cómo el padecimiento del hombre depende de sus propios actos pasados. No sabemos sobre la Reencarnación, y por lo tanto nuestras investigaciones llegan a un punto final.
En el caso de otras clases de destino como una ruina financiera repentina, un accidente, o la muerte prematura, es difícil trazar una conexión porque no tenemos ninguna ciencia que haya investigado el fenómeno de esos planos internos donde actúan las fuerzas invisibles. Aún tenemos que refugiarnos en la frase “se debe a la Providencia” o lo que es lo mismo decir “al azar”. Suerte y destino son los términos con los que denotamos los huecos en nuestro conocimiento, como la X en una ecuación.
Será fácil de comprender por qué fracasamos en discernir la razón de ser del destino y la fortuna, si reflexionamos qué tremendos huecos hay en nuestro conocimiento. ¿Qué sabemos acerca del pensamiento? Podemos delinear algunos de sus efectos cuando operan a través de nuestro mecanismo corporal, y producen una acción visible, o cuando actúan sobre nuestro sistema nervioso y producen cambios fisiológicos. Pero el pensamiento tiene un poder que actúa fuera del cuerpo. Un pensamiento es un centro de fuerza muy poderoso, y una vez creado nos abandona y continúa existiendo en compañía de otros innumerables pensamientos, en una suerte de “espacio” que es totalmente diferente del así llamado “tridimensional” de nuestras percepciones sensoriales. Este mundo del pensamiento es de todos modos una realidad objetiva; y en él todos vivimos, lo respiramos y deambulamos a los tropezones ciegamente con nuestros sentidos internos sin desarrollar. ¿Qué hay acerca de la dinámica de este mundo del pensamiento? Ay! Existe un vacío en nuestro conocimiento. Estamos, usando una metáfora de H.P. Blavatsky, hilando hebras del destino a nuestro alrededor como una araña tejiendo su tela. A cada hora, a cada minuto, estamos acumulando reservas de energía en el mundo del pensamiento, el que, por una ley tan exacta y racional como aquella de la elasticidad física, tarde o temprano reaccionará sobre nosotros.
Consideremos ahora cómo un hecho así llamado “fortuito” sucede. ¿Qué es la casualidad en realidad? Si arrojo una moneda al aire, ¿qué determina que salga cara o seca? Obviamente debe haber una cadena de causas mecánicas, los movimientos de los músculos, nervios, etc. Y detrás de ellos debe haber causas mentales, dado que la mente mueve el cuerpo. Si no es mi inteligencia consciente la que dirige la cuestión, debe haber entonces algún elemento inconsciente en mi mente o sistema nervioso. No podemos detenernos para continuar este pensamiento hacia adelante pero nos lleva a los misterios de la perdida ciencia de la adivinación. Nuestro destino es quizás determinado por la dirección “casual” que tomamos en la calle o el encuentro “fortuito” con un conocido. Pero, ¿Qué es lo que determina el camino que tomaré? Un capricho mental. ¿Y qué determinó ese capricho mental? Todo es ley, existe una cadena, aunque no podamos verla; casualidad es una palabra que no tiene significado.
A veces nos levantamos a la mañana y todo sale mal. Esto es debido a nuestro estado mental. Normalmente nuestra seguridad está garantizada por los instintos y por miles de pequeños actos inconscientes y semiconscientes. Pero si nuestros sentidos están embotados y los nervios discordantes, nuestros instintos nos hacen fracasar, nuestros reflejos están aletargados y nos damos la cabeza contra la lámpara y la estropeamos. O, nuevamente, podemos haber creado tal atmósfera desagradable a nuestro alrededor por nuestros pensamientos que otras personas sienten e instintivamente nos apartan o nos esquivan. Aquí el efecto puede ser trazado hacia la causa. En mayor escala es lo mismo. Resumiendo, la vida está llena de causas de las cuales no conocemos los efectos, y de efectos de los que no conocemos las causas. ¿Sobre este fundamento se atrevería Ud. a negar la doctrina de Karma? Mejor estudie un poco primero.
En resumen, la Teosofía no admite cosas tales como la casualidad o el accidente. Nada puede suceder sin una causa, aunque la causa pueda ser invisible.
Es más que evidente que hay varios hilos de Karma en la madeja de la vida humana. Un hecho puede tener una causa física y también moral. Por lo tanto, es absurdo debatir cuándo algo surge por una causa moral o por una causa física, porque usualmente surge de ambas. Atribuimos las enfermedades y calamidades a causas físicas, y otras razas las han atribuido a la visita de los Dioses; pero, claramente, sean causadas por los Dioses o no, deben también tener una causa física; y viceversa, una epidemia, a pesar de generarse por una irresponsabilidad sanitaria, también puede y debe ser una retribución moral.
El lugar donde nuestro estudio de la vida se desploma más seriamente es al comienzo y al final de una vida. Ninguna de nuestras enseñanzas populares nos dicen algo acerca del nacimiento y la muerte. El tema aquí se centra en la Reencarnación, la cual está delineada en otro Manual; pero es necesario decir algo acerca del tema aquí. Desde que un hombre cosecha en una vida las consecuencias de lo que sembró en vidas anteriores, resulta claro que debe haber una explicación de cómo la influencia se traslada de una encarnación a laotra. Si cualquiera se siente inclinado a evadirse ante la dificultad de la explicación, recuérdenle que la vida ordinaria está llena de dificultades similares, las cuales la ciencia ni siquiera intenta explicar, y sin embargo, las damos por sentado porque nos son familiares. ¿Por qué, entonces, rehuir ante una dificultad que no es tan grande simplemente porque no nos resulta familiar?
Una buena ilustración para nuestro presente propósito es el de la planta y su semilla. En esa semilla (o alrededor de ella o en algún lugar en conexión con ella) debe estar almacenado el germen de todo lo que la futura planta poseerá. ¿Pero que nos puede decir la ciencia acerca de este misterio? ¿Revelará el microscopio las condiciones que determinan las futuras características de la planta? ¿En qué lugar y como están contenidas estas características? Podemos solamente susurrar, “Moléculas”, y especular si la mera ubicación de las partículas imaginarias en un espacio ideal tiene algo de causal o de poder determinante. El hecho es que la verdadera semilla es invisible, y la planta entera existe completa en todas sus partes en una clase de materia más refinada, llamada materia astral, antes de que exista físicamente (ver el Manual de “Los Siete Principios”).
Y por lo tanto en el hombre, es inútil tratar de establecer una conexión física entre una encarnación y la otra. Dado que el Ego Reencarnante es la única parte del hombre que sobrevive el intervalo, las causas deben ser inherentes a él. Estas causas están en estado germinal, están latentes, como los contenidos de la planta en la semilla.